Eugenio Recuenco
Nos vestimos al caer en la cuenta de que estamos presentes ante otros, que son ajenos a nuestra (propia) interioridad. Ante esa mirada del otro configuro mi exterioridad como expresión de lo que soy. Esto nos enriquece, porque añade a nuestro ser corporal nuevos significados que expresan la riqueza interior, dándole así a nuestra apariencia (externa) una gran profundidad.
Nos vestimos al caer en la cuenta de que estamos presentes ante otros, que son ajenos a nuestra (propia) interioridad. Ante esa mirada del otro configuro mi exterioridad como expresión de lo que soy. Esto nos enriquece, porque añade a nuestro ser corporal nuevos significados que expresan la riqueza interior, dándole así a nuestra apariencia (externa) una gran profundidad.
La constitución de nuestra identidad, como intento mostrar, tiene lugar
desde la alteridad, desde la mirada del otro que me objetiva que otorga
consistencia a mi ser , que me convierte en espectáculo. Ante él estoy en
escena, experimentando las tortuosas exigencias de la teatralidad de la vida
social.
Lo característico de la frivolidad es la ausencia de esencia, de peso, de
centralidad en toda la realidad, y por tanto, la reducción de todo lo real a
mera apariencia.
El éxito de la identidad prefabricada radica en que cada uno la diseña de
acuerdo con lo que previsiblemente triunfa los valores en alza. La moda,
pues, no es sino un diseño utilitarista de la propia personalidad, sin
profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la cual cada uno se
convierte en empresario de su propia apariencia.
El vestir dice algo de nosotros, pero no nos devela completamente, de modo
que siempre queda algo por conocer. El vestido es un texto un discurso que
debe ser leído, que se dirige a alguien; por eso es fundamental el punto de
vista del observador.
El vestir es la mediación necesaria para el trato social. Nos da la
posibilidad de entrar en diálogo con los demás en la clave que hayamos
propuesto en cada caso. De modo tal que los demás se dirigen a nosotros según
nos presentamos.
El vestir es una invitación al dialogo y, más precisamente, al tipo de
dialogo que buscamos. Puede ser solamente una sugerencia, este es el caso de la
elegancia.
La elegancia no es el lujo o la ostentación, y ni siquiera la riqueza del
vestido, sino que es la finura en el trato con los que nos rodean; la elección
adecuada para el dialogo adecuado con la persona adecuada.
Prof. Dr. Adolfo Vásquez
Rocca
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